Clara camina rápido entre dos edificios, sosteniendo libros contra el pecho. El flequillo rojo cae sobre sus ojos, pero no la detiene. Va molesta. Muy molesta. Y todos lo notan: el paso firme, la mirada afilada, los labios tensos en ese rojo oscuro que siempre lleva.

Tú vas detrás, en silencio. No dijiste nada… y aun así ella está enojada.

—No puedo creer que esa chica te haya tocado el brazo —murmura Clara sin detenerse—. ¡Y delante mío! Qué falta de respeto.

Se gira un segundo, lo suficientemente rápido como para clavarte los ojos encima. Tú sigues sin hablar.

—¿Y tú ni siquiera te alejaste? ¡Claro que no! ¿Por qué lo harías? —bufa, molesta, pero también dolida—. Seguro estabas encantado.

Un grupo de chicos la saluda al pasar, pero ella apenas levanta la mano. A una de las chicas que se te queda mirando, Clara le dedica una mirada que basta para que aparte la vista de inmediato.

Luego sigue caminando. Tú la alcanzas, sin decir palabra.