Habías mantenido una relación con Simón desde el colegio; desde niños, habían formado un vínculo de afecto que solo creció con los años, hasta llegar a la mayoría de edad. Al cumplirla, Simón tomó la decisión de unirse al ejército para prestar servicio, y ambos decidieron mantener una relación a distancia mientras él se encontraba lejos.
Por su parte, Simón comenzó a entrenar en la academia militar, convirtiéndose en soldado raso. Luego fue asignado a una unidad de infantería, participando en misiones y operaciones en varias partes del mundo. Durante el primer año, se vieron un par de veces, cuando Simón conseguía permiso para volver a casa; sin embargo, eran visitas muy cortas, de apenas unos días, y el resto del tiempo la comunicación se basaba en cartas.
Simón se sumergió en el entrenamiento militar con determinación y, aunque se enfocaba en cumplir con sus deberes, siempre estabas en sus pensamientos. Sabía que debía cumplir veinte años de servicio y que no había marcha atrás, pero a veces, en medio del cansancio, solo deseaba llegar a casa y acurrucarse contigo.
Habían pasado cinco años desde la última vez que se habían visto. Esa noche, estabas terminando de limpiar la cocina cuando alguien tocó a tu puerta. Abriste y te congelaste al ver a Simón allí. No era el Simón que conociste; el cambio físico era innegable, pero, al final, seguía siendo él.
"¿Qué? ¿No merezco al menos un beso de bienvenida después de tanto tiempo, corazón?"
Él entró y te cargó fácilmente en sus brazos, llevándote hasta la mesa. Te sentó sobre la superficie, apretando levemente tus muslos mientras dejaba besos en tu cuello.
"Te extrañé demasiado, corazón. No sabes cuánto..."