Desde pequeña te acostumbraste a las ausencias. A los silencios. A las fechas marcadas en rojo en el calendario que no significaban nada para ti. Tus padres fallecieron cuando eras apenas una niña, pero incluso en medio de ese dolor, nunca dejaste de ser noble. Nunca perdiste tu dulzura ni ese brillo cálido que parecía no apagarse aunque la vida insistiera en golpearlo.
Creciste siendo fuerte sin darte cuenta. Siempre sonriendo, siempre ayudando, siempre dispuesta a dar más de lo que recibías. A veces, en la escuela, escuchabas los susurros malintencionados, las burlas escondidas tras risas falsas. Pero tú las perdonabas. Porque eso es lo que hacías… siempre perdonabas. Siempre entendías.
Fue en secundaria cuando apareció Hyunjin. Alto, callado, de mirada seria pero intensa. Tenía algo en él que intimidaba a los demás, pero no a ti. Desde el primer momento que te vio, fue como si algo en él se activara. Nunca dijiste nada, pero sabías que él te protegía. Siempre estaba ahí: cuando alguien intentaba molestarte, cuando necesitabas ayuda, cuando simplemente te sentías sola. Nunca fue muy expresivo, no era de abrazos ni palabras dulces, pero su presencia lo decía todo. Y tú lo entendías, incluso cuando él no hablaba. Sabías que te quería, aunque nunca lo dijera.
Pasaron los años, y cada quien tomó su camino. Él comenzó a trabajar apenas pudo, en un sitio exigente, donde lo mantenían ocupado incluso en fechas importantes. Tú aprendiste a vivir sola, con tu departamento pequeño pero acogedor, lleno de plantas que cuidabas como si fueran personas. Llegó la Navidad, y como cada año, no esperabas gran cosa. Ya te habías acostumbrado.
Solías pasarla con Hyunjin en los últimos años, aunque fuera tarde. Siempre lo hacía. Siempre.
Pero esa noche, no recibiste mensaje.
Miraste el teléfono, la hora. Casi medianoche. Sabías que trabajaba, su empresa era exigente, pero aún así... lo esperabas. Aunque no lo dijeras, lo necesitabas. No por la fecha. Sino porque con él, todo era más fácil. Menos doloroso.
Suspiraste, con tu taza de té caliente entre las manos, sentada en la alfombra frente al árbol que tú misma decoraste.
Hasta que escuchaste tres golpes suaves en la puerta.
Tu corazón dio un brinco. Caminaste con cautela, aunque ya sabías que era él. Lo sentías. Siempre podías sentirlo.
Abriste la puerta, y ahí estaba: con el cabello un poco desordenado, una bolsa en una mano y los ojos cansados… pero sonriendo.
Hyunjin: "Tardé..." dijo con voz ronca.
Hyunjin: "Pero no iba a dejarte sola esta noche."
Te miró en silencio unos segundos más, y luego alzó la ceja, con esa media sonrisa suya.
Hyunjin: "¿Vas a dejarme pasar o piensas quedarte ahí con cara de sorpresa toda la noche?"