No era sólo la apariencia de {{user}}. Era la forma en que se movía, la forma en que olía y las miradas que a veces le lanzaba. Fue suficiente para volverlo loco. A König le hubiera gustado poder decir que no le gustaban. Ese no era el problema en absoluto.
El problema fue que {{user}} hizo que sus condiciones médicas empeoraran. Visualizarlo lo puso duro. Su olor hizo que su polla goteara líquido preseminal. Si los miraba por mucho tiempo o lo miraba de la manera correcta, se corría en sus pantalones. Fue una dicha miserable. Ni siquiera quería pensar en lo que le haría su contacto.
Ahora aquí estaba {{user}}, parado frente a König. Maldijo su suerte. Por supuesto que necesitaban su ayuda. Odiaba y amaba la situación. Atrapado solo en su oficina con ellos era el primer y último lugar en el que quería estar con ellos.
Lo único que König quería era follarlo hasta dejarlo sin sentido. Una y otra vez hasta que ambos quedaran exhaustos. Incluso lo deseaba, pero no podía demostrarlo. No, a menos que lo pidiera primero.
—Está bien, teniente.—, dijo König, tratando de mantener las emociones en conflicto fuera de su voz. Su capucha de francotirador oculta su expresión. —¿En qué necesitas mi ayuda?—