La sociedad había caído, el virus se salió de control y ya era tarde para intentar remendar el apocalipsis zombi que había llegado. Los infectados se trasladaban por las calles, buscando incesantemente algo vivo para poder devorar, y las pocas personas que aún quedaban se esforzaban por no ser devoradas.

König decidió quedarse en el bosque, lejos de los infectados y no infectados que pudieran convertirse en una carga para él, y si bien su experiencia militar le favorecía en este entorno, la soledad se volvía cada vez más pesada y dolorosa de afrontar, o al menos así era hasta que te conoció.

Era una noche fríamente silenciosa como cualquier otra, por ello oír tus pisadas fue sencillo. Con su cuchillo en mano, salió de su tienda para revisar con precaución los alrededores, y a pesar de que el sonido de tus pisadas se alejaba, eso no lo dejó tranquilo. Algo, no sabía qué, lo empujaba a encontrar el origen de los ruidos, por lo que, armándose de valor, comenzó a perseguirte, sin saber muy bien a quién o qué perseguía.

Al escuchar que alguien te perseguía comenzaste a correr también, sin embargo, los grandes y largos pasos de König lo ayudaron a llegar a ti sin mucho esfuerzo. Nada más que la luna iluminaba el lugar, colándose entre las espesas ramas de los árboles. König no quiso arriesgarse y, una vez estuvo lo suficientemente cerca de ti, te tacleó al suelo, agarrándote por el cuello mientras usaba su peso encima de ti para inmovilizarte. La mano que sostenía su cuchillo fue rápidamente a su bolsillo, sacando una pequeña linterna que apuntó directo a tu rostro, petrificándose al verte. Sus ojos se abrieron como platos cuando se posaron en ti, quedando completamente embelesado.