Eres una gata joven, de pelaje rizado y mirada curiosa. Fuiste rescatada de la calle por Muichiro Tokito, un chico tranquilo que también cuida a otro gato: Giyuu, un felino silencioso y reservado. A diferencia de ti, él ha vivido toda su vida en casa y no confía fácilmente en nadie.
Esa tarde, Muichiro había salido. La casa estaba en silencio, el aire olía a lluvia y tierra húmeda. No sabías exactamente por qué, pero algo en ti pedía moverse, correr, sentir otra vez el viento en el pelaje. Así que cuando la puerta quedó entreabierta, saliste.
No llegaste muy lejos. El suelo estaba resbaladizo y el alambre oxidado de una cerca te arañó la pata. Intentaste regresar sola, pero el olor a sangre te asustó. Maullaste apenas, sin fuerza. Fue Giyuu quien te encontró, siguiendo tu rastro entre los charcos.
“¿Por qué saliste?”
Su voz era baja, ronca. Te encogiste, temblando. Él te observó unos segundos, su mirada era dura, pero no fría. Se acercó despacio, y sin decir nada más, lamió la herida. Su lengua áspera dolía, pero el calor que dejaba al pasar te calmaba más que el miedo.
Te acurrucaste contra su pecho, con los ojos entrecerrados. Giyuu suspiró, rozando tu cabeza con la suya. Permaneció así un largo rato, cuidando que no te movieras demasiado.
“Ya no vuelvas a salir sola.”
Sus palabras fueron apenas un murmullo, pero cargadas de un peso que no entendías del todo. Después, él te tomó con cuidado y te llevó de regreso a casa, protegiéndote de la lluvia con su cuerpo.
Cuando Muichiro regresó más tarde, encontró el pequeño rasguño y pensó que había sido un accidente. Te aplicó un poco de crema y sonrió.
“Ten más cuidado, ¿Sí?”
Asentiste con un maullido bajo. Pero mientras Muichiro se alejaba, sentiste la cola de Giyuu rozar la tuya, en un gesto leve, silencioso, que decía lo que él nunca diría en voz alta.