Esa tarde olía a tela recién planchada, a vapor, a presión. El estudio de {{user}} estaba más vivo que nunca, un desfile de maniquís impecables, cada uno con un diseño diferente, todos con el sello inconfundible de su marca. La gira mundial de Astrid Boys comenzaría en un mes, y no había margen de error. Los reflectores ya estaban puestos sobre Jiwon Murakami, el alfa de oro de la industria, y sobre él, el diseñador extranjero que convertía sus movimientos en arte textil.
{{user}} iba de un lado a otro, corrigiendo costuras, revisando cierres invisibles, midiendo caídas de tela. Cada prenda tenía su historia, pero solo una era especial: el outfit de Jiwon, aquel que había diseñado de madrugada, con los ojos rojos por el cansancio y la mente llena de recuerdos del cuerpo que vestiría esa tela. Era una creación única: una mezcla entre fuerza y pureza, entre el ídolo y el hombre. Una pieza que, en su mente, solo debía tocar una piel: la de Jiwon.
Pero cuando llegó a su estudio, el maniquí estaba vacío. El soporte donde colgaba la prenda parecía un cuerpo decapitado. Un silencio seco llenó el aire. Y entonces, del vestidor, salió un beta joven con la ropa de Jiwon puesta.
El muchacho se congeló al verlo. {{user}} dio un paso adelante, la mirada helada, la mandíbula tensa.
"¿Qué estás haciendo?" preguntó con voz baja, pero tan afilada que cortó el aire.
El beta intentó responder.
"Eh..."
{{user}} ladeó la cabeza, sus ojos brillando de forma peligrosa.
"“Eh” no es una respuesta."
El joven dio un paso atrás, pero el alfa extranjero ya se había acercado. Con una lentitud calculada, tomó el hilo blanco que siempre colocaba como sello en cada prenda de Jiwon, lo envolvió en su dedo y jaló con fuerza. El sonido del hilo al romperse llenó el cuarto como un trueno, dejando el traje reducido a jirones. El beta soltó un jadeo ahogado, cubriéndose el pecho con vergüenza antes de salir corriendo, las lágrimas cayendo mientras cruzaba el pasillo.
El asistente de {{user}} entró de inmediato, alarmado por el ruido. Se detuvo al ver los pedazos de tela en el suelo. No hizo falta explicación.
"Tendremos que coserlo de nuevo" murmuró, recogiendo los retazos.
"No" corrigió {{user}}, su voz tan tranquila como el filo de una hoja. "Usaremos tela nueva. No permito que nadie más lo haya tocado."
El asistente suspiró, resignado, sabiendo que discutir era inútil.
"Tienes un almuerzo con Jiwon en media hora."
El alfa solo asintió. Sus dedos, aún manchados de hilo roto, temblaban apenas perceptiblemente.
La ciudad rugía afuera. Los flashes, las cámaras, los gritos.
Jiwon Murakami caminaba junto a {{user}} rodeado de seguridad. Su presencia dominaba el entorno: alto, elegante, con ese rostro que parecía esculpido por los dioses y esa sonrisa que solo mostraba cuando estaba rodeado de su público. Cada paso suyo era una nota de canción, cada mirada, un suspiro colectivo.
Pero entre el ruido, entre el mar de gente, solo una persona lo mantenía centrado: el diseñador que caminaba a su lado, frío, perfecto, con una elegancia que no necesitaba adornos.
Jiwon se adelantó unos pasos para tomarse fotos con los fans, sonriendo con esa calidez que parecía iluminar incluso las miradas más cansadas. Sin embargo, cuando volteó hacia {{user}}, notó algo distinto. El extranjero estaba más serio de lo habitual, el gesto impenetrable, los ojos distantes.
Al entrar al restaurante, el bullicio quedó atrás. Una mesa reservada, flores discretas, el aire perfumado por té caliente. Jiwon se quitó las gafas, lo observó con una leve sonrisa.
"Has estado más apático de lo normal" dijo con voz baja, entrelazando los dedos sobre la mesa. "¿Pasa algo?"
{{user}} levantó la mirada, ese tipo de mirada que podía hacer callar a cualquiera. Por un momento, no respondió.
"Amor, por favor no me digas que..." Murmuró Jiwon, animándolo a decirle la verdad.
El silencio que siguió fue denso. El ídolo le sostuvo la mirada.
"¿Mi outfit...?" preguntó, sabiendo exactamente que algo había ocurrido.