El partido estaba por comenzar. El estadio rugía con gritos y cánticos, pero para ti solo existía una persona en ese momento: tu pequeña hija de dos años, que estaba sentada en tu regazo con una emoción incontrolable.

—“¡Papi!” —gritó con su vocecita aguda, señalando a Sae, que estaba calentando en el campo.

—“Sí, mi amor, ahí está papi” —sonreíste, besando su cabecita.

Pero en cuanto vio al otro lado del estadio, su entusiasmo se duplicó.

—“¡Tío Rin!”

Levantaste la mirada justo a tiempo para ver a Sae girar hacia ustedes. Su mirada se posó en la camiseta de su hija… y su ceño se frunció de inmediato.

No era cualquier camiseta. Habías tenido que mandar a hacerla especialmente porque la niña se negó a elegir a quién apoyar. Mitad del equipo de Sae, mitad del equipo de Rin.

Rin, que también había visto la camiseta, empezó a reírse desde su lado del campo, claramente disfrutando la expresión de sufrimiento de su hermano.