Era fácil entrar en el juego. Difícil salir.

Desde el primer momento, Choi fue una presencia imposible de ignorar: Una mirada que atrapaba, una sonrisa lenta como veneno.

No te obligó a acercarte. Solo estuvo allí, observándote, dejando que tu propia curiosidad hiciera todo el trabajo.

Él era la serpiente. Tú eras el ratón... aunque todavía no lo entendías.

Una noche, en el rincón más oscuro del club, mientras la música retumbaba como un latido, Choi finalmente se movió.

Se acercó a ti, susurrando con una voz baja que erizó cada centímetro de tu piel:

─ "¿Sabes lo que pasa cuando juegas con serpientes? Al final, te envuelven tan fuerte que olvidas que alguna vez fuiste libre."

Te habías enredado en sus juegos. Y él… nunca planeó soltarte.