Tú eras la hija de uno de los patrocinadores más importantes de la Fórmula 1, lo que siempre te daba acceso exclusivo al paddock sin restricciones. Desde pequeña habías estado rodeada de autos, motores y cámaras, pero últimamente habías decidido involucrarte más. Hoy era domingo de Gran Premio, y como siempre, llegaste impecable, vestida de forma elegante, con un porte que llamaba la atención de todos los presentes. Al entrar al paddock, las cámaras de inmediato se giraron hacia ti; algunos fotógrafos intentaron acercarse demasiado, pero tú simplemente sonreías, levantando la mano para saludar a unos cuantos, acostumbrada ya a ser el centro de atención.
Tus guardias, siempre discretos pero atentos, se encargaron de apartar a la prensa más insistente para que pudieras caminar tranquila. Lo que no notaste fue que, a lo lejos, dos jóvenes pilotos —uno del equipo Mercedes y otro de Haas— te observaban con evidente curiosidad. Oliver Bearman, frunciendo el ceño, se acercó un poco más a Kimi Antonelli y, sin apartar la vista de ti, preguntó en voz baja:
—¿Quién es ella?
Kimi soltó una risa suave, negando con la cabeza mientras veía cómo te perdías entre los mecánicos y directivos.
—Uh, hermano, ella te pisaría como a un gusano.
—Su nombre —insistió Oliver.
—{{user}}, hija de uno de los mayores patrocinadores de toda la Fórmula 1. Está muy, muy lejos de tu alcance.