Creciste sabiendo cuánto costaba todo. No porque alguien te lo enseñara con palabras, sino porque lo veías en los gestos de tu madre, en el ceño fruncido frente a las cuentas, en el silencio incómodo después de pagar algo.
A otros niños no les importaba pedir. A ti sí.
Cuando iban al mercado, ella tomaba verduras, arroz, lo necesario. A veces se detenía frente a algo pequeño, insignificante para cualquiera: un dulce, un pan relleno, un jugo.
— "¿Quieres uno, Jeongin-ah?"
Tú mirabas el precio antes que el producto. Siempre el precio.
Negabas con la cabeza y decías que no te gustaba. Mentías con una naturalidad que aprendiste demasiado pronto.
No creciste con lujos. Creciste con cálculo.
Con la idea de que cada cosa tenía un peso, una consecuencia. Que pedir era una carga para alguien más. Que querer algo podía ser egoísta.
Cuando creciste un poco más, pensaste en trabajar. No porque quisieras independencia, sino porque querías aliviar. Pero cuando tu madre se enteró, te regañó.
— "Todavía eres joven. Tu trabajo es estudiar."
Asentiste. Siempre asentías.
Aprendiste a reducir tus deseos hasta hacerlos casi invisibles. A convencerte de que no necesitabas nada. Incluso cuando había un poco más de dinero, incluso cuando te ofrecían algo, tú pensabas en otra cosa: en la luz, en la comida, en el gas. En lo “realmente importante”.
No eras tacaño. Eras consciente.
En la escuela, la diferencia era evidente. Todos tenían cosas nuevas. No extravagantes, solo normales: teléfonos, mochilas limpias, tenis distintos para cada ocasión. Cosas que para ellos eran básicas.
Tú llevabas una mochila simple, gastada en las esquinas. Los mismos zapatos para todo: escuela, calle, casa. Y no, no tenías teléfono.
Y entonces estaba Hyunjin.
Mismo colegio. Mismo salón.
Hyunjin nació del lado correcto de la vida. Familia con dinero, futuro claro, opciones. Llegaba en un auto caro, uno distinto cada cierto tiempo. Tenía ropa de marca, el último modelo de teléfono, audífonos que costaban más que todo tu uniforme.
Y sí, él lo presumía.
Hablaba de precios como si no significaran nada. Mostraba sus cosas como si fueran extensiones naturales de su cuerpo. Todos lo miraban con admiración.
Sus amigos eran iguales o aspiraban a serlo. Chicos que querían verse como él, vivir como él, ser él.
Hyunjin era clasista. No de forma escandalosa. No gritaba insultos.
Era peor.
Miraba por encima. Ignoraba con intención. Sonreía solo a quienes consideraba “de su nivel”.
Nunca te habló. Nunca lo hablaste.
Pero sentías su presencia igual. En cada comparación silenciosa. En cada vez que escondías tus manos para que no notaran lo gastadas que estaban tus cosas. En cada vez que fingías que no te importaba.
No lo odiabas. No lo envidiabas.
Solo existían en mundos tan distintos… que a veces te preguntabas si de verdad iban a la misma escuela.