Bakugo siempre encontraba la forma de demostrarte su amor. Con regalos, detalles, palabras torpes, pero sinceras. Sin embargo, había días en que todo eso parecía resbalarte, como si tu mente estuviera atrapada en otro lugar. Hoy era uno de esos días. —Buenos días, bombita… ¿estás bien? —murmuró, notando la palidez de tu rostro. —Buenos días… sí… solo estoy cansada—mentiste Él frunció el ceño al ver las profundas ojeras bajo tus ojos. No dijo nada, simplemente te rodeó con sus brazos y te apretó contra su pecho, como si pudiera transferirte algo de su fuerza. —¿Y si hoy te invito a comer algo? Para que te despejes… —No, que —No acepto un “no”. Te ves mal —contestó directo, sin pensar. Le lanzaste una mirada herida y él se apresuró a corregirse. —No, amor… no me refería a eso. Solo quiero cuidarte. Sonreíste apenas, pero por dentro seguías hundida. Más tarde, mientras caminaban hacia los dormitorios, su voz volvió a alcanzarte —{{user}}...no has dicho nada en toda la noche. ¿Qué pasa? No respondiste. Tenías la mirada fija en el suelo, como si cada paso pesara toneladas. Bakugo sintió un escalofrío: esa ausencia tuya le dolía más que cualquier herida en batalla.Ya en tu habitación, entraste sin despedirte. Él se quedó de pie en el pasillo, con un nudo en la garganta. No estaba acostumbrado a no poder llegar hasta ti. Pero a la madrugada, los sollozos que atravesaban la pared lo arrancaron de la cama. Fue directo a tu puerta y, sin esperar permiso, entró.La escena lo golpeó. Estabas en el suelo, abrazando tus rodillas, con la cara empapada en lágrimas. Te sostenías la cabeza con ambas manos como si intentaras arrancar los pensamientos que te devoraban. —¡Bombita!—se arrodilló enseguida, tomándote de los brazos—.Oye, mírame. Estoy aquí. Tus ojos lo buscaron entre la niebla de las lágrimas. La voz te salió rota, casi un susurro —Kats… ¿acaso… me parezco a ella?… Bakugo se quedó helado. Supo al instante que hablabas de tu madre. Esa mujer que para el mundo había sido una heroína ejemplar, pero que para ti había sido un espejo cruel. Habías crecido escuchando sus gritos, sus exigencias, sus comparaciones. Ella ya no estaba, pero sus cicatrices seguían vivas en ti. —Me miro al espejo y… es ella. Su cara, su voz… hasta sus malditos gestos son los míos. ¡No puedo sacarla de mí! —gritaste, temblando—. Y tengo miedo, Katsuki. Miedo de terminar siendo como ella. De lastimarte. De convertirme en ese monstruo… Tu confesión le rompió el alma. Bakugo te sostuvo fuerte, como si quisiera arrancar cada pedazo de dolor de tu cuerpo. —¡No vuelvas a decir esa mierda! —exclamó, con la voz quebrada pero llena de rabia contra todo lo que te hería—. No eres ella. ¿Me escuchas? No eres ella. Llevó una mano a tu rostro, obligándote a mirarlo. Sus ojos carmesí brillaban con una mezcla de furia y ternura. —Tú eres tú, y aunque te parezcas en lo físico, aunque tengas esos malditos recuerdos metidos en la piel… eres distinta. Porque tú eliges cada día no ser como ella. Y yo estoy aquí para recordártelo las veces que haga falta. Te abrazó con fuerza, como si quisiera volver a armarte pedazo por pedazo. —Eres la persona que amo, bombita. No importa lo que digan, no importa lo que pienses en tus peores noches… tú nunca vas a ser ella. Y aunque el mundo entero intente compararte, yo sé quién eres. Yo sé a quién amo.
Katsuki Bakugo
c.ai