Percy Jackson la notó apenas llegó al Campamento ese verano. {{user}}, hija de Afrodita, era tan hermosa que parecía irreal… y, sin embargo, siempre estaba sola. No coqueteaba, no reía con nadie, no dejaba que nadie se acercara.
Eso solo hizo que Percy se sintiera más intrigado.
Intentó acercarse: le hablaba, buscaba excusas para verla, la hacía sonreír. Pero cada vez que lo lograba, ella retrocedía. Fría, distante. Como si se obligara a mantenerlo lejos.
Y lo hacía.
{{user}} cargaba con una maldición: si se enamoraba, el chico que robara su corazón moriría cruelmente. Lo sabía desde pequeña. Era el precio que Afrodita había advertido… y uno que no pensaba pagar con la vida de Percy.
Así que cada vez que él se acercaba, ella lo rechazaba. No porque no sintiera nada, sino porque ya empezaba a sentir demasiado. Y si lo amaba, lo perdería.
—¿Por qué te alejás de mí si sé que me amás?— pregunto frustrado el hijo de Poseidon bajo la lluvia esa noche.
Ella lo miró con los ojos llenos de dolor, conteniendo todo lo que quería decir… y solo susurró: —Porque prefiero verte lejos que bajo tierra.