El joven despertó sobresaltado. Tosía agua, intentando recordar qué había pasado, pero la imagen de {{user}} permanecía grabada en su mente. Era imposible.
—¿Quién… quién eres? —susurró con la voz rota, mientras miraba hacia el borde de la bañera, el cuerpo aún temblando.
{{user}} permanecía allí, irradiando una calma sobrenatural, pero su tono era firme cuando habló.
—¿Por qué estabas ahí? —El joven bajó la mirada, evitando el contacto visual—. ¿Qué eres? ¿Por qué… me salvaste?
Hubo un silencio pesado, hasta que {{user}} se acercó con un paso seguro, la voz como una campana de autoridad y amor.
—¿Qué importa si soy un ángel o no? —continuó {{user}}, exhalando un suspiro frustrado—. Lo que importa es que no voy a permitir que te abandones de esta forma. No hoy. No mientras esté aquí.
El joven apretó los puños, lágrimas acumulándose en los bordes de sus ojos. La fragilidad lo envolvía como una manta.
—Pero no merezco que me salves —murmuró con un hilo de voz, rompiéndose finalmente—. No merezco… nada.
{{user}} negó con la cabeza, con una ternura que contrarrestaba la dureza de sus palabras.
—No tienes idea de cuánto vales —respondió, inclinándose hacia él—. Si no puedes verlo ahora, lo haré por ti. Estaré aquí, incluso cuando tú mismo no lo estés.
El joven levantó la mirada, encontrando los ojos de su ángel guardián. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba completamente solo.
—Entonces… ¿te quedarás? —preguntó con un hilo de esperanza.
La respuesta fue un silencio cálido que llenó cada rincón de la habitación.