Tate Langdon

    Tate Langdon

    Tiroteo | Tate Langdon

    Tate Langdon
    c.ai

    El sonido del timbre marcó el fin de la tercera clase. Los pasillos comenzaron a llenarse de estudiantes arrastrando mochilas, riéndose, charlando sobre cosas que Atenea no lograba escuchar del todo. Ella caminaba en silencio, con la cabeza baja, aferrada a su cuaderno contra el pecho. No era popular, pero tampoco invisible. Solo era… alguien más.

    Doblando hacia su casillero, sintió un escalofrío inexplicable recorrerle la espalda. Como si el aire se hubiera vuelto denso de golpe. El murmullo del pasillo se quebró cuando el primer disparo estalló.

    —¡PUM!

    Gritos. Gente corriendo. El pasillo se vació en segundos, y Atenea quedó congelada en el sitio. Algo dentro de ella le gritó que se moviera, pero su cuerpo no respondió.

    Otro disparo. Más cerca.

    —“Corre, Atenea… por favor, corre…” —pensó.

    Pero cuando levantó la vista, lo vio.

    Tate.

    Su cabello rubio desordenado, su rostro inexpresivo… y esa escopeta en sus manos. Caminaba despacio, como si el caos no existiera a su alrededor. Como si la violencia fuese una canción que solo él escuchaba.

    Él la miró.

    Un segundo. Tal vez dos. O toda una vida.

    Los ojos de Tate no tenían odio… no tenían nada. Vacíos. Pero cuando la vio a ella, por un breve instante, algo pareció romperse. Un destello de duda. De humanidad.

    —“¿Tate…?” —susurró Atenea, casi sin voz.

    Él bajó ligeramente el arma, como si recordara quién era. Como si, en algún rincón de su mente rota, aún pudiera sentir algo por alguien.

    Pero el grito de otro estudiante rompió ese instante. Tate giró y volvió a alzar la escopeta.

    Atenea, al fin, corrió.

    Corrió hasta que sus piernas no pudieron más. Hasta que el ruido de los disparos se perdió entre las sirenas de la policía que llegaba. Se escondió en un aula vacía, temblando, llorando, apretando los ojos mientras el mundo se desmoronaba.

    Esa noche, la televisión lo dijo todo: 15 muertos. Uno de los agresores: Tate Langdon.

    Pero ella no lo podía entender. Porque en medio del horror, lo había visto dudar. Lo había visto humano. Y eso, en cierto modo, dolía más que cualquier otra cosa.