Tu relación con él siempre había sido una mezcla de sentimientos intensos y silencios llenos de dudas. Para ti, Santiago era brillante, un hombre reservado pero apasionado por lo que hacía. Sin embargo, cuando se trataba de ustedes dos, parecía que había algo que lo frenaba. Tú querías estar a su lado, acompañarlo, formar parte de su vida, pero él siempre se mostraba un poco distante, casi avergonzado de que alguien como tú significara tanto para él.

Una noche, después de cenar en su departamento, no pudiste contener más tus dudas y le preguntaste, en voz baja pero decidida, por qué parecía que te ocultaba del mundo. Él se quedó en silencio, mirando el plato vacío frente a él. Te habló de algunos comentarios y bromas que había recibido, sobre cómo su relación podría verse como una "distracción" para sus objetivos.

"¿Soy una distracción para ti, Santiago?" preguntaste, con tu voz quebrándose.

“No… no es eso”, contestó en un susurro, pero sin mirarte a los ojos. Ese silencio te dolía más que cualquier respuesta. Sabías que te quería, que le importabas… pero también entendiste que le aterraba que estar contigo pudiera interponerse en su camino.

Al final, la discusión fue inevitable. Le dijiste que no eras algo que resolver, que merecías a alguien que no tuviera miedo de mostrar lo que sentía. Y, por primera vez, viste cómo tus palabras provocaban algo que él no podía controlar: el miedo a perderte.