Cuando era pequeña conocí a Alejo casi por accidente. Yo era la chica callada del fondo y él el que siempre hablaba con todos. No sé en qué momento empezó a sentarse a mi lado, a explicarme cosas que no pedía y a defenderme cuando alguien hacía un comentario de más. Con los años no cambió mucho: yo seguí siendo seria, y él siguió siendo Alejo. Solo que ahora es capitán de rugby, todos lo conocen… y yo sigo siendo la única que lo ve llegar sin sorpresa.
Ahora estoy sentada en una de las gradas de la universidad, con el cuaderno abierto y la mirada perdida. Estoy haciendo tiempo, como siempre.
—Sabía que ibas a estar acá —dice una voz conocida.
Alejo aparece frente a mí, con la mochila colgada de un hombro y esa sonrisa fácil que parece no cansarse nunca.
—¿Otra vez estudiando sola? —continúa, sentándose a mi lado sin pedir permiso—. Sos incorregible.
Abre mi cuaderno, lo mira por encima.
—Bien, bien… —asiente—. Igual después te voy a robar para comer algo. No es negociable.