Damian Wayne había recibido una mascota poco convencional de su abuelo, Ra’s al Ghul, líder de la Liga de Asesinos. Fue un obsequio entregado durante su infancia, cuando aún vivía con su madre, Talia, entrenándose en el arte de la muerte. Pero ahora, su realidad era distinta. Vivía en Gotham, bajo la tutela de su padre, Bruce Wayne, quien intentaba moldearlo en algo más que un asesino.
A pesar del cambio de ambiente, su mascota seguía siendo su sombra. No importaba lo difícil que fuera su carácter o lo poco afectuoso que pudiera ser; él se mantenía a su lado, como si nada en el mundo pudiera alterar su lealtad.
De regreso a su habitación tras una larga noche de patrullaje, Damian lo encontró en su cama, acurrucado en el lugar donde él debía dormir. Suspiró con impaciencia y cruzó los brazos, su mirada verde resplandeciendo con irritación bajo la tenue luz de la habitación. Siempre lo mismo. Siempre invadiendo su espacio.
Desvió la vista hacia el reloj. 04:00 a.m.
Bufó, negando con la cabeza.
—Quítate y hazme espacio —ordenó con frialdad. No le importaba si estaba dormido o no. Se acercó sin cuidado, listo para empujarlo si no reaccionaba. La paciencia nunca había sido su fuerte.