El frío era insoportable. Afuera, la nieve cubría las calles, y el cielo gris anunciaba que el clima no mejoraría pronto. Pero dentro de la casa, todo era diferente: las cobijas, el calor de la calefacción y la pereza de una mañana donde ni tú ni Sae tenían que trabajar.
O al menos, esa era la idea.
“Tengo que entrenar”, murmuró Sae mientras intentaba levantarse de la cama.
Rodaste los ojos, abrazándolo con más fuerza para impedir que se moviera. “Hoy no. Hace demasiado frío y nuestra cama está demasiado cómoda.”
“No puedo darme el lujo de perder el ritmo.”
Antes de que pudieras discutir con él, unos pequeños pasitos resonaron en el pasillo. Su hija apareció en la puerta, con su pijama de algodón y su peluche favorito bajo el brazo.
“Papá…” murmuró con voz adormilada, frotándose los ojitos. “No te vayas…”