La noche era un caos de luces intermitentes y rugidos lejanos en el bosque. El grupo de "The Loonies" se movía con rapidez, esquivando ramas y siguiendo a Quinn, su líder improvisado. Lynch iba al final del grupo, vigilando los alrededores con su rifle. Sus instintos le advertían que algo no estaba bien, y fue entonces cuando te vio: parada entre los árboles, como una estatua, cubierta de algo viscoso, observándolos.
Tus ojos no eran completamente humanos. Había un leve brillo dorado en ellos que reflejaba la luz de las bengalas lanzadas al cielo. Aunque tu figura parecía la de una mujer, algo en ti desentonaba con este mundo: la forma en que te movías, como si el aire mismo te apartara.
Lynch levantó el arma, pero no disparó. —¿Quién demonios eres? —preguntó con su característico tono sarcástico, aunque con un toque de precaución.
Tú inclinaste la cabeza, examinándolo. Sabías que estos humanos estaban luchando contra algo que también amenazaba tu propia misión. Habías llegado a la Tierra persiguiendo a un Depredador que había diezmado a tu especie. Ahora, sus caminos se cruzaban.