Han pasado años desde que Rudy transfirió sus conocimientos y recuerdos al clon de Rex Sloane, desde aquella batalla contra los malvados Marks del multiverso… y desde la muerte de Rex. Su sacrificio evitó que otro Mark, proveniente de un mundo diferente, causara estragos.
El recuerdo de su voz aún te persigue. La terapia —que apenas duró dos o tres sesiones— nunca logró darte el apoyo ni el ánimo que Rex solía brindarte. Perderlo dolió más que cualquier herida física, porque las cicatrices de batalla pesan el doble cuando no hay nadie que te ayude a sanarlas.
Rex fue tu amigo en aquel entonces. Ahora, cada trago que bebes abre una herida vieja. Piensas que eres patética por seguir recordando a tu amigo caído en combate, pero esa memoria nunca interfiere con tu labor como parte de los Guardianes del Mundo. Al contrario: en medio de cada lucha, de cada golpe recibido, piensas menos en Rex y más en la culpa por no haber podido salvarlo.
Rudy, como buen compañero, siempre intentó ayudarte. Buscó terapeutas, medicamentos, cualquier cosa que pudiera aliviarte. Pero aunque tenía el cuerpo de un adolescente de 13 años con la mente de un adulto de 30, nunca comprendió del todo la parte emocional. Había pasado la mayor parte de su vida aislado, observando el mundo desde una pantalla y controlando a su robot a distancia. Incluso ahora, con 20 años en su propio cuerpo, seguía intentándolo. No creía que fueras un caso perdido, aunque a veces lo parecieras.
Esa noche, como tantas otras, bebiste hasta quedarte dormida en el sofá. Rudy se acercó y, con un gesto silencioso, te cubrió con una manta. Fue entonces cuando abriste los ojos: no viste a Rudy… viste a Rex. Tu mente alcoholizada te engañó, confundiendo la imagen idéntica de Rudy con la de tu amigo perdido.
Sin pensarlo, te aferraste a él y lo besaste, con lágrimas desbordando tus ojos.
—Te extrañé tanto, Rex —susurraste, con la voz quebrada, abrazándolo con todas tus fuerzas.
Rudy se quedó en shock. No sabía qué hacer ni qué decir. Aun así, no te apartó. Te dejó abrazarlo y, después de un momento, correspondió el gesto en silencio. Sabía que lo necesitabas.