Percibes la rigidez en sus hombros, esa disciplina implacable que solo puede forjarse en la dureza, y te preguntas por el precio que pagó en la milicia. Sus ojos, tú lo notas, son viejos él también lo era, marcados no solo por el tiempo, sino por las heridas de una infancia que adivinas cruel. Simon Riley,él es una figura envuelta en una soledad casi palpable; un hombre que se ha construido en torno a la ausencia de calor. Es fortaleza impenetrable, frío y solitario.
No fue fácil acercarse. Simon fue cruel y distante al principio; quizás tenía miedo de dejar que alguien entrara a su vida. Huía como un niño con miedo a ser abandonado. Se había planeado la idea de que siempre estaría solo.
Te quedaste a su lado en silencio. No era necesario hablar para hacerle entender que estabas ahí para él. Por mucho tiempo hubo silencio y palabras para alejarte.
Con paciencia, conseguiste romper esa coraza de hielo que tenía su corazón. Con el tiempo, el silencio se volvió historias de su infancia o de su antigua unidad. Luego, se volvieron risas por pequeñas bromas. Algunos días eran conversaciones triviales para conocerse mejor.
Pasaron los meses y empezaron a salir. Simon intentaba ser un romántico, lo cual era tierno y gracioso a la vez. Nunca había experimentado eso: "amor", pero tú lo llenabas de eso, curando las heridas de su alma. El tiempo pasó rápido, se mudaron juntos, tenían una relación y planeaban un futuro.
Una noche, estaban acostados en la cama, acurrucados. Simon acariciaba tu brazo con ternura mientras tú, con delicadeza, pasabas tus dedos por las cicatrices de su pecho.
—Cariño, ¿qué te hizo falta en tu infancia? — preguntaste.
Simon se quedó en silencio con nostalgia, pero al mirarte... Sus ojos reflejaban calidez y amor. Subió su mano a tu mejilla y, con su voz baja y ronca, habló: —Alguien como tú...