La música seguía resonando desde el gran salón, acompañada de risas, copas y el sonido rítmico de los pasos sobre el mármol.
Pero allí, en esa habitación vacía y en penumbra, la atmósfera era completamente distinta.
Charlotte se apoyó contra la puerta entreabierta, respirando agitadamente. Su vestido color marfil se agitaba levemente con su propio movimiento nervioso, mientras observaba a Anthony cerrar la puerta detrás de ellos, girando el picaporte con una lentitud casi provocadora.
"Esto es una pésima idea" murmuró ella, sin moverse del sitio.
Anthony no dijo nada, solo la miró, como si con los ojos pudiera convencerla de quedarse.
"Tú me arrastras a lugares como este y luego esperas que actúe con sensatez" añadió ella, sin mucha convicción.
Él dio un paso al frente y luego otro, hasta quedar apenas a centímetros de ella.
"Yo no espero nada sensato de ti, Charlotte Westerland."
Ella alzó una ceja, como si quisiera discutir, pero él ya la había acorralado con el cuerpo. Sin tocarla aún, pero tan cerca que podía sentir el calor de su aliento.
"Entonces… ¿qué esperas de mí?"
"Esto."
"Y la besó."
El beso fue lento al principio, medido, como una danza que se habían prometido desde hacía demasiado tiempo. Pero fue tomando fuerza, urgencia. Las manos de Anthony encontraron su cintura y sin romper el beso, la alzó de golpe, sentándola sobre la gran mesa de madera del centro del salón.
Charlotte soltó un suave jadeo contra sus labios, sorprendida, pero no protestó. Enredó sus piernas a ambos lados de su cintura, y lo atrajo aún más hacia ella.
"Podrían descubrirnos" susurró ella entre besos, con la voz entrecortada.
"Entonces que se queden con el escándalo" murmuró él, besándola con más fuerza.