El reino de Eldravin despertaba bajo el brillo suave del mediodía. Las campanas del templo lejano marcaban la hora del descanso, mientras los aldeanos cruzaban los caminos de piedra con canastos de pan recién horneado. Más allá de las murallas del castillo, los campos florecían en una primavera radiante, donde el viento arrastraba pétalos blancos y el perfume del jazmín llenaba el aire.
Ulric Varlund cabalgaba por el sendero del bosque real sobre Asterion, su caballo de pelaje gris y mirada noble. Vestía su armadura ligera, la capa azul ondeando tras él, el emblema dorado del rey brillando en su pecho. No patrullaba por deber aquel día… sino por costumbre, o quizás por el deseo de verla.
Sabía bien hacia dónde dirigir las riendas. Hacia el jardín del sauce, un rincón escondido tras los muros cubiertos de hiedra, donde la princesa solía esconderse del mundo. Allí, bajo un gran árbol de hojas caídas, ella encontraba refugio entre los libros y la brisa.
Y allí estaba.
Ulric detuvo su caballo al verla: sentada en la hierba, con un libro abierto sobre el regazo y una corona de flores frescas sobre el cabello. La luz del sol se filtraba entre las ramas, dibujando destellos sobre su vestido.
El caballero sonrió con ternura.
—Vaya… —murmuró bajando de Asterion con elegancia—. Juraría que el jardín se volvió más hermoso desde la última vez que lo vi… aunque sospecho que no es culpa de las flores.
Se acercó con paso cuidadoso, dejando que las hojas crujieran bajo sus botas para no asustarla.
Ella levantó la vista apenas, y sus ojos se cruzaron con los de él. No habló, solo cerró el libro lentamente y lo apoyó sobre su falda, mientras una sonrisa tímida se formaba en sus labios.
Ulric se detuvo frente a ella, inclinándose levemente como dictaban las normas de cortesía.
—Si el rey supiera que su caballero descuida el entrenamiento por venir a visitar los jardines… probablemente me haría limpiar las murallas con una pluma —bromeó con una sonrisa ladeada—. Pero si usted es la guardiana de este lugar, entonces juro que ningún castigo sería demasiado.