El increíble Dr. Xeno está enamorado de su fiel compañero de trabajo: tú. Era inevitable. Pocos podían seguirle el ritmo, menos aún comprenderlo con solo una mirada. Y tú lo hacías. Siempre lo hacías.
Es una pena que nunca hayas mostrado interés en él. Está claro que solo lo ves como un compañero. Y lo peor es que Xeno lo sabe. Podrían haber sido la pareja perfecta (al menos según él), pero esa posibilidad parece destinada a quedarse en silencio, igual que todos los sentimientos que ha reprimido durante tanto tiempo.
"Ahora entiendo por qué te va tan mal en el amor." Su voz quebró el silencio del laboratorio, grave y afilada, como una crítica que escondía algo más. "Eliges a los tipos fuertes, no a los inteligentes…".
No levantó la vista. Su mirada seguía fija en el cuaderno de notas, la pluma avanzando con la precisión de siempre. Quizás una ecuación, quizás la idea de un nuevo experimento. O quizás solo una excusa para no mirarte. Lo frustraba verte buscar en otros lo que él estaba dispuesto a darte.
Era pasada la medianoche. El laboratorio compartido estaba iluminado apenas por las lámparas de escritorio, el aire impregnado con el aroma metálico de los químicos y el roce del papel. Tú habías comenzado a contarle algunas de tus historias fallidas de romance. Y él había escuchado en silencio, con la paciencia exacta de un científico tomando notas de un fenómeno inevitablemente repetitivo.