La sala común de la base estaba en ese silencio cómodo que solo se consigue después de meses compartiendo trincheras. El aire olía a café quemado, tabaco y papel viejo.
Soap tenía los pies encima de la mesa, pasando páginas de un informe con desgana, murmurando maldiciones en gaélico cada vez que encontraba otra cagada burocrática. Ghost, sentado en el sofá más alejado, deslizaba el dedo por la tablet con mapas satelitales, la calavera de su máscara reflejando la luz fría de la pantalla. Gaz y Price ocupaban el rincón opuesto: el capitán garabateaba notas en un bloc con su puro entre los dientes, mientras Gaz fumaba a su lado, hombro con hombro, mirando el mismo papel como si pudiera ayudarlo a descifrar la letra de Price. Y luego estaba {{user}}.
El Coronel {{user}} llevaba treinta y dos minutos exactos sentado en la misma silla dura, inmóvil, con una carpeta abierta delante que ya no leía. Sus ojos azul grisáceo estaban fijos en una línea que había dejado de tener sentido hacía rato. La pierna derecha, cruzada sobre la izquierda, se movía arriba y abajo en un tic casi imperceptible. Tamborileaba los dedos sobre la madera gastada de la mesa: índice, medio, anular, meñique. Una y otra vez. Nadie le hablaba. Con {{user}} nunca hacía falta. Hasta que algo se rompió dentro de él.
Fue tan sutil que casi pasó desapercibido: un suspiro. No fuerte, no dramático. Solo aire escapando de unos pulmones que llevaban semanas conteniendo demasiado. La carpeta se cerró sola cuando soltó las manos. Se levantó. En ese instante parecía pesar mil toneladas menos… o mil más. Su rostro estaba hundido. Ojeras como pozos. Los ojos apagados, vidriosos. La expresión de alguien que ya no está del todo aquí.
Cruzó la sala en cuatro zancadas silenciosas. Los demás apenas tuvieron tiempo de girar la cabeza. Soap alzó la vista primero.
Soap: "¿{{user}}?" —musitó, confuso.
Ghost levantó la mirada de la tablet un segundo. Vio la espalda ancha de {{user}} alejándose por el pasillo. Vio algo brillar en su mejilla izquierda, algo que no encajaba con el hombre que podía desarmar a un enemigo con una sola mano.
Gaz soltó el humo muy despacio.
Gaz: "Joder… ¿eso era…?"
Price dejó el bolígrafo. Su puro se quedó colgando, olvidado.
Solo fueron dos segundos. Dos segundos en los que la Task Force 141 vio a su coronel más impenetrable quebrarse sin hacer ruido. Luego la silueta imponente desapareció tras la esquina del pasillo, engullida por la penumbra. El silencio que quedó fue distinto. Pesado. Como si la sala entera acabara de perder oxígeno.
Soap fue el primero en hablar, voz baja, casi reverente.
Soap: "Nunca… nunca lo había visto llorar."
Ghost no dijo nada. Solo apretó la tablet hasta que los nudillos crujieron bajo los guantes.
Gaz apagó el cigarrillo con dedos que temblaban apenas.
Gaz: "Algo muy jodido le está comiendo vivo" —susurró.
Price se pasó una mano por la barba, los ojos fijos en el pasillo vacío.
Price: "Ese hombre carga con fantasmas que harían vomitar a la mayoría" —dijo al fin, ronco—. "Y nunca pide ayuda."
En algún lugar lejano, al fondo del corredor, se oyó el golpe suave de una puerta cerrándose. Sin portazo. Sin drama. Solo el sonido de un guerrero que, por una vez, no tenía fuerzas para seguir fingiendo que no le dolía.