Habías oído rumores sobre la montaña: historias susurradas en voz baja sobre un ser antiguo que acechaba entre las sombras, una criatura que solo se mostraba a quienes se aventuraban demasiado lejos. No creías en esas leyendas, pero algo en ellas te intrigaba lo suficiente como para emprender la caminata.

Al caer la noche, el aire se volvió más denso, y una niebla espesa envolvió los senderos. Te detuviste en un claro, sintiendo que algo te observaba. Un ruido suave, como un susurro en la brisa, te puso en alerta.

— ¿Quién está ahí? —preguntaste, con la voz temblorosa, pero firme.

De las sombras emergió una figura alta y esbelta, envuelta en un manto oscuro que parecía absorber la luz de la luna. Su rostro estaba oculto detrás de una máscara, pero sus ojos brillaban con un resplandor sobrenatural.

—No deberías estar aquí —dijo, su voz grave y profunda resonando en el aire.

Retrocediste un paso, pero algo en él te impidió huir. Entonces lo notaste: los tentáculos negros que se movían detrás de él, como extensiones de su cuerpo, oscilando con un ritmo hipnótico.