La brisa de otoño acariciaba los jardines de la Academia Saint-Clair, haciendo danzar las hojas doradas que caían sobre el césped impecable.
Bajo la sombra de un roble centenario, Florian sostenía su violín con delicadeza, dejando que las notas melancólicas de Clair de Lune flotaran en el aire. Su bufanda de seda ondeaba con el viento, mientras la melodía envolvía el ambiente con una tristeza etérea. Los estudiantes cercanos se detuvieron, hipnotizados por aquella interpretación llena de alma.
Desde la escalinata, {{user}} observaba la escena con una mezcla de fascinación y desdén. Su abrigo de cachemira azul le daba una presencia impecable, pero su mirada estaba fija en Florian, cuyo rostro, bañado por la luz filtrada entre las ramas, reflejaba una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla.
El hechizo se rompió de golpe.
Una risa cortante atravesó el aire. Camille apareció con su andar seguro, los labios curvados en una sonrisa cruel.
“¿Otra vez llorando, Vauxhall? Qué patético” —espetó, lanzando una mirada venenosa a {{user}}.
Florian dejó de tocar. Sus ojos grises, empañados de emociones contenidas, destellaron con una furia silenciosa.
“Al menos yo siento algo, Camille. ¿Tú puedes decir lo mismo?”
El aire se cargó de tensión. {{user}} dio un paso adelante, su voz fría como el mármol.
“Basta. Esto no es un circo.”
El silencio que siguió fue más pesado que la música.