Al inicio creías que se trataba solo de leves vértigos, una fatiga temporal. Sin embargo, los signos comenzaron a aumentar: tu piel se sentía caliente en ciertos momentos, un sonido peculiar invadía tus oídos, y había noches en las que la calidez de su abrazo resultaba abrumadora… tan abrumadora que casi parecía que tu piel se fundía con la suya. Jack comenzó a darse cuenta.
Cada vez que te agarraba, cada vez que te encontraba cerca, tus labios perdían color y tus manos temblaban. Y lo comprendió.
Su físico no representaba solo fuerza, sino también castigo. La energía que fluía por su cuerpo, la que le daba fuerza en la lucha, te estaba destrozando lentamente.
Una noche, lo viste en el sofá, con las luces apagadas, los codos descansando sobre sus rodillas y la cara oculta entre sus manos. Sus ojos resplandecían al mirarte, cargados de remordimiento.
—He sido tan tonto… —susurró, casi inaudible—. Te aseguré que te cuidaría y soy yo quien te está arruinando.
Intentaste acercarte, pero él se echó atrás, levantando la mano como si fuera una barrera.
—No. Mantente alejado. —Su voz rota sonó más fuerte que antes—. Si vuelvo a rozarte… si permaneces junto a mí… asumirás las consecuencias con tu vida.
Sus labios vibraron, su aliento era un enredo.
—Te quiero demasiado como para quedarme, y te quiero demasiado como para seguir lastimándote. —Sus ojos de color esmeralda se humidificaron con lágrimas retenidas, algo que jamás habías presenciado en él—. Por esta razón. . . necesito distanciarme. A pesar de que me resulte difícil llevarlo a cabo.
La falta de ruido fue abrumadora. La separación entre ustedes, sin límites.
Y aun así, lo que dijo se quedó en el aire como una herida que no se ve: él no deseaba irse, pero entendía que permanecer podría significar tu final.