Siempre lo supiste. Desde el primer momento en que Hyunjin cruzó la puerta de tu casa tomado de la mano de tu hermana, desde la primera sonrisa que le dedicó a ella y no a ti. Sabías que no debías mirarlo demasiado, que no debías pensar en él más de lo necesario. Pero los sentimientos no piden permiso, y el tuyo se instaló en tu pecho como una espina imposible de arrancar.

Intentaste ignorarlo. Fuiste la hermana perfecta, la que sonreía cuando ellos estaban juntos, la que los escuchaba hablar de sus citas sin demostrar nada. Te repetiste mil veces que Hyunjin no era para ti, que nunca lo sería. Pero entonces pasó.

No fue un beso ni una declaración. Fue el roce de sus dedos en tu muñeca cuando nadie miraba, fue la forma en que sus ojos buscaron los tuyos cuando tu hermana no estaba. Fue el silencio incómodo cuando quedaron solos, el titubeo en su voz cuando pronunció tu nombre con demasiado cuidado. Y tú lo sentiste. Algo cambió en él, aunque no lo decía en voz alta.

Esa noche apenas pudiste dormir. La culpa te pesaba como una losa en el pecho. No habías hecho nada… pero lo querías. Lo querías más de lo que jamás habías querido algo. Y eso estaba mal.

Decidiste irte, huir de Seúl, dejar todo atrás antes de que fuera demasiado tarde, antes de que tu hermana notara lo que ocurría en tu mirada. Hiciste tus maletas en silencio y te fuiste.

Él te encontró en la estación, respirando agitadamente como si hubiera corrido todo el camino. Su cabello estaba revuelto y su expresión era un desastre de emociones contenidas.

"¿Por qué te vas?" preguntó, su voz cargada de algo que nunca antes habías escuchado en él.

Hubo un silencio. Y entonces, con un susurro casi inaudible, lo escuchaste decir:

"No quiero que te vayas."

Tu corazón latió con fuerza. No deberías sentir esperanza. No deberías siquiera estar ahí, mirándolo.