El calor de Ibiza pegaba fuerte incluso de noche, la música retumbaba en la playa y las luces de colores iluminaban la arena. Tú estabas con tus amigas, bailando y riéndote, sin preocuparte demasiado por nada. Entre tragos y canciones, sonaba “Mi nena remix” y todas cantaban el estribillo a gritos, con la energía típica de unas vacaciones de verano.
Un poco más lejos, Pablo Gavi estaba con un grupo de amigos, riendo y moviéndose entre la multitud. Ni siquiera sabías quién era, pero lo notaste cuando te miró dos veces seguidas, con esa confianza descarada. Él no tardó en acercarse, apartando a algún que otro chico que intentaba bailar cerca de ti.
—¿Tú qué haces aquí escondida? —te dijo con media sonrisa, acercándose lo suficiente para que pudieras escucharlo por encima de la música.
—¿Escondida? Estoy bailando —le respondiste, arqueando una ceja, mientras tus amigas se reían detrás de ti.
Gavi soltó una risa baja y se inclinó un poco más, oliendo todavía a colonia fresca y verano. —No, escondida de mí. Porque si no, ya te habría visto antes.
Rodaste los ojos, divertida aunque sin darle demasiada importancia. Aun así, le seguiste el rollo. —Pues será que no estabas mirando bien.
—Ahora sí estoy mirando bien —contestó rápido, dándote un repaso descarado de arriba abajo y mordiéndose el labio con un gesto exagerado—. Y no pienso mirar a otra.
Tus amigas empezaron a empujarte disimuladamente, aguantándose la risa. Él lo notó y se inclinó un poco más hacia tu oído. —Tus amigas quieren que te deje conmigo, ¿eh? —susurró, con ese tono coqueto. —. Y yo no pienso llevarles la contraria.
Tú te reíste, negando con la cabeza. —Qué confiado eres.
Gavi sonrió de lado, estirando una mano como si te invitara a seguir bailando. —Confianza no… seguridad. Y la seguridad nunca falla, guapa.