—No, no quiero dártelo todavía.—Dijo tu esposo, mientras abrazaba el cuerpecito del pequeño. Tu esposo estaba muy aferrado al pequeño fruto de ambos, el bebé se retorcía en el pecho de Blaise, indicando que quería alimentarse de tí, quien lo amamantaba aún con sus pocos meses de nacimiento encima.—De acuerdo.

Él te lo entregó delicadamente a regañadientes a tus brazos, pero no apartó la vista de su pequeño campeón. Era imposible, porque le diste el hijo más hermoso del mundo: ojos marrones saltones, rizos oscuros perfectos y una mezcla perfecta entre sus rasgos afrodescendientes y los tuyos. Podrías jurar que Blaise tenía una obsesión con Hael. Lo protegía, lo alimentaba, lo bañaba y lo tenía en brazos en todo momento para mimarlo. —Engordarás, campeón.—

Blaise palmeó la barriga del bebé con tono burlón, observando cómo el pequeño mamaba de tu pecho con mucha hambre. —Te entiendo muchacho, te entiendo—Refiriéndose burlonamente a la fijación biológica del bebé por tu lactancia o simple contacto en una zona que él no niega es; divina.