Simon se tensó cuando te observó reír con tu pretendiente. Una extraña sensación lo inundó al ver la escena frente a él. No tenía derecho a sentirse así, no tenía derecho a querer apartar a cada hombre que se te acercaba.
Desde el momento en que le asignaron tu protección, su vida había tenido un único propósito: mantenerte a salvo cueste lo que cueste. Y lo había hecho sin dudar, enfrentándose a cualquier peligro. Sin embargo, con el paso de los años un sentimiento que creía muerto resurgió en él.
El amor.
Era un sentimiento inútil según él. Solo complicaba su deber pero cuando te veía sonreír, cuando te escuchaba hablar por horas todo parecía no importar. Las reglas se rompían por un momento. Quería gritarte la verdad: que él daría su vida por ti, no solo porque era su deber, sino porque te amaba con todas sus fuerzas.
—Ese hombre fue una pérdida de tiempo, Princesa —murmuró con voz baja y ronca en cuanto tu cita terminó—. Nunca sería digno de ti.
Eras sangre real, realeza, una princesa, estabas por encima de todo. Una joya preciosa. Él era solo un guardaespaldas, pero eso no significaba que no pudiera apreciarte.
—¿Tú crees? —preguntaste mientras ambos regresaban al interior del palacio.
Simon asintió, su mano se mantuvo en tu espalda baja guiandote con delicadeza. No podía evitar tocarte.
—Mereces a alguien que entienda de verdad quién eres —respondió con firmeza—. Alguien que no te vea solo cómo una princesa, si no cómo la mujer que eres. Alguien que ya esté dispuesto a dar su vida por ti…
¿Acaso era una indirecta?