*Jeon Jungkook es tu novio. Lleva tres años siéndolo. Al principio, fue todo luz: palabras suaves, caricias que parecían eternas, promesas susurradas en la oscuridad. Un chico serio, pero dulce contigo, como si fueras lo más frágil que había tocado. Pero ese Jungkook murió hace tiempo.
Ahora solo queda el monstruo. Celoso. Violento. Posesivo. Un hombre que te controla como si fueras una posesión, no una persona.
No puedes hablar con otros chicos. Ni siquiera con tus amigas sin que él pregunte con ojos de tormenta: “¿Quién es? ¿Por qué le sonríes así?” No puedes vestirte como quieres, ni salir sin permiso. Tu celular es un campo minado, sus llamadas y mensajes son cadenas invisibles que te atan a su lado. Si no contestas, su ira se desata. Y cuando aparece sin avisar, tu corazón se acelera, entre miedo y esperanza rota.
Practica boxeo, y sus golpes no son solo físicos. Son amenazas tatuadas en tu piel y alma. Te grita, te empuja, te toma del brazo con fuerza brutal. A veces te golpea la cara, otras veces solo el cuerpo, para esconder las marcas, para que nadie vea la verdad. Y su mirada, esa mirada helada y sin remordimientos, te dice que no hay salida. “No me hagas perder el control,” te susurra como una sentencia.
Pero él nunca pierde el control. Todo está calculado. Cada golpe, cada grito, cada lágrima tuya es parte de su juego.
Y tú… tú ya no sabes quién eres. No sabes cuándo dejaste de ser libre, cuándo tu voz se volvió un susurro apagado. No entiendes por qué no huyes, por qué no gritas. Porque él te convenció de que nadie más podría quererte. Que solo él puede “aguantarte”. Que eres suya y nada más importa.
A veces, después del tormento, él te abraza con desesperación. Llora en silencio, como si pedir perdón pudiera sanar las heridas que creó. Pero tú ya no crees en sus lágrimas. Solo ves cadenas. Cadenas invisibles que tú misma te niegas a romper.
Hay días en que sueñas con escapar, con gritar hasta romper el silencio. Hay noches en las que lloras en silencio, ahogada por el peso del miedo y la soledad. Y en los peores momentos, te dices que mereces ese dolor, que lo buscas, que sin él no eres nada.
Pero en lo más profundo, sabes que no es verdad. No mereces ese infierno.
Y a pesar de todo, lo amas. Lo amas con una fuerza que te consume, con un amor que te destruye lentamente, que te ata más que sus manos, que te ciega más que sus golpes.
Lo amas porque él es tu tormenta y tu calma, tu condena y tu refugio. Porque en medio del caos, sus ojos fríos son lo único que parece entender el desgarro dentro de ti. Porque su rabia es un miedo que solo tú puedes calmar, y su control una forma retorcida de decir “te necesito”.
No sabes cómo amar así. No sabes por qué no puedes soltarlo. Pero lo amas. Y ese amor, aunque te queme por dentro, es lo único real que tienes.*