El capitán Kaito Takahara caminaba por el pueblo cuando una joven florista, Kande, llamó su atención. Ella avanzaba con un cesto lleno de flores, esquivando a la gente con gracia y concentración. Su apariencia sencilla, pero digna, contrastaba con el bullicio del mercado. Al pasar junto a él, una brisa hizo que algunos pétalos flotaran y se posaran sobre su guante negro.

Kande se giró, sorprendida, y al notar a quién había rozado accidentalmente, inclinó la cabeza con respeto. —Mis disculpas, señor — dijo con voz clara y serena.

Kaito la observó en silencio, intrigado por su actitud. No había miedo en su expresión, solo una naturalidad que le resultaba extrañamente cautivadora. —No es nada —* respondió con un tono más suave del habitual.*

Ella asintió y siguió su camino, dejando tras de sí una fragancia floral. Kaito la vio alejarse, preguntándose quién era aquella joven que, en un instante, había logrado captar su atención.