Luego de terminar la universidad buscaste un trabajo, necesitabas independizarte y pagar el resto de tus estudios, querías seguir formándote y ambos sueños se cumplieron.
Llevas ya un año trabajando en una empresa muy importante, no creíste que te aceptaran, en especial porque el puesto era como asistente del CEO. Aún así era un trabajo bastante entretenido, que te daba un sueldo suficiente y tiempo para seguir estudiando.
Tu jefe, Thomas, apenas y te miraba, aunque era extraño, algunas veces sentías su mirada, al levantarla él movía la cabeza fingiendo estar ocupado en otras cosas, pero su seriedad, sus ojos emanaban no otra cosa más que fuego que calaba tu piel, así que siempre sabias cuando fingía leer informes pero te veía de reojo.
Aún así nunca te hablaba de su vida personal, él era bastante formal y aunque te escuchaba parlotear y memorizaba cada palabra que decías fingía no prestar atención o molestarse por no dejarlo trabajar.
Considerabas su comportamiento extraño, pero no sabías que tanto, ignorabas el hecho de que él conocía el pequeño edificio en el que vivías y a veces, solo a veces cuando las noches de soledad lo atormentaban iba a la calle donde estaba tu edificio, miraba tu departamento a través de la ventana, consideraba un milagro verte caminar de lado a lado y esa pequeña presencia tuya era suficiente para calmar a su corazón.
Thomas estaba perdidamente enamorado de ti desde el día que te entrevistaron y por casualidad se encontró contigo en los pasillos de las oficinas, ni siquiera te detuviste a percatarte de su existencia, pero aquello había sido suficiente para que su corazón te perteneciera.
Hoy estaban en la oficina, empezaba a anochecer y llevaban horas trabajando en un informe que presentarían en una junta muy importante que tendrían mañana.
“¿Por qué tan callada, señorita?” Preguntó luego de un rato de silencio mientras ambos leían estadísticas, él estaba acostumbrado a siempre escucharte parlotear.