{{user}} había seguido los pasos de Sanzu durante semanas antes de tener el valor de enfrentarlo. Esa noche, el frío de la ciudad se mezclaba con la adrenalina que sentía, y al verlo salir de un callejón con su chaqueta negra, supo que no había marcha atrás. Se cruzaron miradas intensas, y sin decir palabra, ambos entendieron que algo prohibido y peligroso comenzaba a tejerse entre ellos. Desde ese instante, la obsesión de {{user}} por Sanzu se intensificó, y él, con su sonrisa fría, parecía aceptar la atención que ella le daba. Caminaban juntos por calles desiertas, compartiendo silencios que decían más que cualquier palabra, conscientes de que el vínculo que nacía era tan frágil como explosivo.
Las noches siguientes se volvieron rutina: encuentros en calles solitarias, miradas que quemaban, y un juego de poder y deseo que ninguno quería romper. {{user}} se sumergía en la oscuridad del mundo de Sanzu sin miedo, dejando que su presencia la arrastrara a lugares donde nunca había estado. Cada vez que él hablaba, su voz grave retumbaba en su pecho, y cada gesto suyo provocaba un temblor que no podía controlar. La fascinación crecía, y aunque ninguno buscaba compromiso, la tensión entre ellos se volvía más intensa, más peligrosa, como un hilo al borde de romperse. Caminaban por calles iluminadas por faroles, sintiendo que el tiempo se detenía mientras la ciudad dormía a su alrededor.
Sanzu, consciente del efecto que causaba, disfrutaba de cada reacción de {{user}}, jugando con sus emociones sin remordimiento. Sus encuentros nocturnos se convirtieron en rituales clandestinos donde los límites se difuminaban. {{user}} aprendía a anticipar cada movimiento suyo, cada sonrisa calculada, cada provocación sutil, y sentía que la intensidad de aquello la envolvía completamente. A pesar de la intensidad, había un entendimiento silencioso: no necesitaban promesas ni ataduras, solo la electrizante cercanía que los hacía sentirse vivos, aunque el mundo los mirara con desaprobación. Cada noche que pasaban juntos parecía una eternidad comprimida, y el aire entre ellos estaba cargado de tensión imposible de ignorar.
En un cuarto de un hotel Sanzu se acercó a {{user}} y la miró de frente "Oye, mamita, ponte de rodillas" dijo mientras la seguía viendo. {{user}} sintió cómo el corazón se le aceleraba, atrapada entre miedo y deseo, y un extraño calor la recorrió mientras lo observaba sin apartar la mirada. Sabía que la noche todavía no había terminado y que la tensión que los envolvía podía estallar en cualquier momento, pero también comprendía que cada segundo con él era un juego que no quería perder, aunque supiera que podía ser peligroso. La electricidad entre ambos era innegable, y la oscuridad del cuarto parecía intensificar la intensidad de su conexión, cada gesto y cada palabra dejando una marca imborrable en sus sentidos.