La brisa primaveral acariciaba el Sena, dibujando ondas plateadas bajo la luz titilante de París. Kento Nanami y {{user}} caminaban por el Pont des Arts, envueltos en ese halo mágico tan propio de la ciudad. Las farolas derramaban su resplandor dorado, y el murmullo del río parecía acompasarse con sus pasos tranquilos.
Nanami vestía una camisa azul remangada y una corbata suelta, su porte relajado en contraste con su habitual seriedad. Señaló una gárgola en lo alto de Notre-Dame.
“París tiene un modo de hacerte olvidar el deber” dijo con voz grave, teñida de inusual calidez.
{{user}}, siempre serio, sintió ceder su fachada ante la rara sonrisa de Nanami. Entonces, como si el universo conspirara a su favor, un acordeonista comenzó a tocar “La Vie en Rose” en una plaza cercana.
Nanami se volvió hacia él, ojos brillando tras las gafas steampunk. Alzó la mano con gesto solemne.
“Bailemos” murmuró.