La habitación estaba en penumbra.
Daphne se había quedado en la biblioteca revisando un ensayo interminable, y Pansy había prometido no aparecer en toda la noche si Amelia le devolvía su collar encantado. Así que, por primera vez en semanas, la habitación era solo de ellos.
Mattheo estaba recostado en la cama de Amelia, con ella medio encima, una pierna sobre la suya, el brazo de él rodeando su cintura con esa posesividad distraída que ya se le había vuelto natural.
Ella tenía una mano en su pecho y la otra enredada en su cabello.
Se estaban besando. Lento, profundo, como si quisieran recordar cada segundo.
La túnica de Amelia colgaba del dosel de la cama. El cuello de la camiseta de Mattheo estaba arrugado por los dedos de ella. Todo parecía estar en silencio, salvo el sonido entrecortado de sus respiraciones, esa tensión eléctrica que no explotaba, pero se sentía.
Y entonces… Plop.
Una pisada leve. Un movimiento casi imperceptible sobre las mantas.
Mattheo entreabrió los ojos justo a tiempo para ver una sombra blanca subiendo con elegancia por el borde de la cama.
"No. No, no, no" murmuró, separándose apenas.
Amelia también abrió los ojos y soltó una risa muda al ver a Marie, su gata, acomodándose con la parsimonia de una reina traicionada... justo entre los dos.
"¿¡Estás bromeando!?" Mattheo se incorporó ligeramente, mirando a la gata como si fuera una aparición infernal.
Marie soltó un maullido suave pero firme. Luego, con absoluta intención, se enroscó exactamente donde sus cuerpos se encontraban, separándolos.
"La detesto" dijo él, señalándola como si hablara de una enemiga histórica.