MADRUGADA EN EL MARATIAL
El aire del amanecer aún no tocaba el cielo cuando tú y Bolin ya habías dejado atrás el palacio. Él te esperaba ansioso junto a la entrada del maratial, ese espejo de agua dulce escondido entre formaciones heladas, tan cristalino que parecía no tener fondo. Había insistido en entrenar contigo "muy temprano", aunque ambos sabían que eso era solo una excusa para estar solos.
—¿Lista, campeona espiritual? —dijo con una sonrisa traviesa mientras se quitaba la parte superior de su ropa de entrenamiento.
Tú ya estabas dentro del agua, de espaldas, sumergida hasta la cintura. Solo con la parte inferior de tu ropa de batalla, el torso cubierto apenas por vendas ajustadas. Él se lanzó al agua, salpicando, torpe y ruidoso como siempre.
—¡Está fría! —exclamó, acercándose mientras tú formabas una espiral de agua que le dio en el rostro.
—Te lo advertí —musitaste, sin mirarlo del todo. Pero había algo íntimo en el silencio compartido.
Se acercó más. Sus hombros rozaron los tuyos bajo el agua, y sus ojos verdes parecían brillar con algo más que cariño. Su voz bajó.
—¿Estás… bien? Con todo esto de Desna y el compromiso forzado, quiero decir.
Tú no respondiste con palabras. Le miraste. Lenta. Directa. Como una corriente tranquila, pero imparable. Y él entendió. Acercó su rostro, y sus labios apenas rozaron los tuyos.
—Tú mereces elegir —susurró.
Pero el momento se cortó de golpe.
—¿Qué… es esto? —dijo una voz helada, familiar.
Desde la orilla, Eska los miraba con su típica expresión inexpresiva, aunque sus ojos centelleaban de furia contenida. A su lado, Desna.
Él no gritó. No frunció el ceño. No hizo un solo gesto… pero se sentía el hielo formar bajo sus pies.
—¿Entrenas desnuda con mi prometida? —preguntó Desna, sin quitarte los ojos de encima a ti. A ti, no a Bolin.
—¡No estábamos desnudos! ¡Solo en poca ropa! Digo, no poca... ¡ropa táctica! —balbuceó Bolin, nervioso, hundiéndose más en el agua.
Eska caminó hasta el borde con pasos serenos, pero peligrosos. Se arrodilló y miró a Bolin.
—Amor… ¿tienes algo que confesarme antes de que congele tus cuerdas vocales?
—¡¡Eska, no!! ¡Estábamos entrenando! ¡Te lo juro! ¡Es pura técnica, cero pasión!
Ella ladeó la cabeza, casi curiosa.
—¿Cero pasión? ¿Así besas tú la técnica?
Tú no dijiste nada. El silencio era tu mejor defensa. Como siempre. Pero tu mirada estaba fija en Desna.
Él tampoco decía nada. Solo caminó hasta la orilla. El viento sopló. Tu cuerpo tembló, pero no del frío.
—Sal del agua —ordenó. Su tono no era grito. Era sentencia.
—No me diste permiso para entrar, tampoco me lo darás para salir —respondiste, serena.
Y eso lo congeló por dentro más que cualquier técnica.
Eska dio media vuelta. Bolin salió del agua tapándose con las manos, tropezando con sus propias botas al correr detrás de ella.
Tú saliste después, sin prisa. Desna aún estaba ahí. Te observó como si fueras ajena y suya al mismo tiempo.
—Creí que te estaba dando todo. ¿Eso no es suficiente?