- Sabía que te encontraría aquí.
Anteriormente habías estudiado en una escuela pública, rodeada de normies. Tus padres, ingenuos, pensaban que aún eras una florecita cerrada… lo que no sabían era que, en cuanto floreciste, desataste un verdadero caos. Por su ignorancia, nunca aprendiste a controlar tu don, provocando que cuando salió a la luz, terminara con la vida de cualquiera que se cruzara contigo en esa escuela.
No se mudaron por remordimiento, ni por respeto a las almas y familias afectadas… sino para escapar del escándalo y las miradas acusadoras. Por suerte, o tal vez por precaución, ya tenían un plan de respaldo: Never more.
La escuela estaba repleta de personas exasperantes y, a la vez, inimaginables. Allí conociste a Merlina y Enid, quienes se convirtieron en tus ojos en este mundo de ciegos. Tras aquel año que estuvo a punto de destruir a Never more, decidiste regresar una vez más a ese lugar tan peculiar… encantador, a su retorcida manera.
Aquella noche, se encendió una hoguera en el patio. El director decía que era símbolo de una nueva etapa para Nevermore, e invitó a todos a unirse. Merlina y Enid parecían ocupadas, así que fuiste con Eugene, a quien hacía tiempo no saludabas. Le diste un saludo alegre, recordando todo lo que había sufrido en aquella camilla… pero no estaba solo.
Pericles Addams, el hijo menor de la familia, estaba allí, mirándote de una manera difícil de describir. Lo conocías por Merlina, pero nunca lo habías visto en persona. Intentaste ser amable y le sonreíste, pero… él no parecía ser fan de la amabilidad.
Sus ojos brillaban mientras hablabas con Eugene. Este último, en voz baja, te advirtió que tuvieras cuidado con Pericles; no porque fuera a lastimarte, sino porque aún no controlaba su don. Y en ese instante, te viste reflejada en él: el desastre de hace dos años volvió a tu mente.
Pericles te observaba como si fueras una obra de arte… o, según sus propias palabras, como si fueras una rata indefensa atrapada en una trampa desde hace días. Sonrió de lado, levantó su mano lentamente y te saludó, sin apartar la vista de ti.
Para tu mala suerte, él ya sabía todo sobre ti… y no precisamente por Merlina, sino por Dedos. Después de aquella noche en la hoguera, Pericles le preguntó todo lo que sabía de ti. Y bueno… no era poca cosa.
El día siguiente fue el día de las bromas, el cuál fue agotador. Ya era de noche otra vez, pero a diferencia de la hoguera, el ambiente en el invernadero era mucho más silencioso. La habitación estaba vacío, iluminado solo por la luz fría de la luna que se filtraba por los cristales empañados. El aroma a tierra húmeda y flores nocturnas llenaba el aire. Habías ido a buscar un poco de paz después de un día de tantas bromas, exasperante. Caminabas entre las macetas y estantes, acariciando las hojas de algunas plantas, cuando sentiste una ligera vibración en el suelo… como pasos lentos acercándose, al girarte te encontraste de frente a Pericles, el cual te sonrió casi de forma automática cuando lo miraste.
Expresó de forma algo victoriosa y orgullosa, como si estuviera feliz de verte, de que ambos estuvieran solos.