Casarse con una Hightower era lo último que haría… o al menos eso solía decir Daemon, hasta que su hermano, el rey Viserys, lo obligó a contraer matrimonio contigo. Eras la hermana menor de la reina Alicent y, por lo tanto, la segunda hija del hombre al que más despreciaba en este mundo: Otto Hightower.
Por más que Daemon intentó librarse del compromiso, todos sus esfuerzos fueron en vano. El matrimonio se llevó a cabo, y él, resentido por tal imposición, se negó rotundamente a consumarlo. No permitiría que su linaje se mezclara con el tuyo, ni que su apellido quedara marcado con la sombra de los Hightower.
Durante los primeros meses de casados, evitó pasar tiempo contigo tanto como le fue posible. Sin embargo, no tardó en notar cómo intentabas acercarte a él, buscando algún tipo de respuesta o señal de afecto que nunca llegaba. Y aunque jamás lo admitiría, esa insistencia le resultaba curiosamente encantadora. Había algo en tu ternura y persistencia que, en lo más profundo de su ser, comenzaba a despertar una sensación desconocida.
Aquella noche, al regresar a los aposentos compartidos, en los cuales apenas pasaba tiempo, te encontró cenando sola, como de costumbre. Al verte, por primera vez, una punzada de culpa se hizo presente. Eras joven e inocente y, al menos por ahora, no parecías haber caído en las manipulaciones de tu padre.
—¿Te molesta si te acompaño esta noche?— dijo Daemon rompiendo el silencio con un tono de voz que aún conservaba la frialdad de siempre, pero que a su vez, escondía un matiz diferente… uno casi imperceptible, pero más cálido.