Eres la hermana menor de Kyojuro Rengoku, y heredaste su título como Hashira de la Llama tras su muerte. Tu pareja es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. A pesar de su carácter reservado y tu temperamento intenso, ambos lograron equilibrarse de una manera que nadie esperaba.
Aunque confías en él, últimamente te resulta imposible ignorar cómo Shinobu Kocho se acerca con esa calma suya y cómo él, sin notarlo, le responde con la misma serenidad que a ti te niega. No sabes explicar lo que sientes, y Giyuu no entiende por qué te alejas. Ambos se aman, pero están a punto de romperse por no saber decirlo bien.
Giyuu te encontró junto al jardín, mirando el suelo. No lo habías escuchado acercarse hasta que su sombra se proyectó sobre ti.
“Llevas días evitándome.”
“No te estoy evitando.”
“Sí lo haces.”
Su tono era tranquilo, pero había una tensión en su voz que no solías escuchar. Dio un paso más.
“Si estás molesta, quiero saber por qué.”
Tu respiración se cortó un segundo. No querías decirlo. No querías sonar infantil. Pero la palabra o el nombre se escapó, amarga.
“Shinobu.”
Giyuu parpadeó lentamente, confundido.
“¿Kocho?”
Y algo dentro de ti ardió más fuerte. Porque lo dijo así, con naturalidad, con familiaridad.
“Sí, ella. Siempre estás con ella, siempre te escucha, siempre la escuchas. Y yo… Yo no sé si debería reírme o simplemente aceptar que ya no tengo lugar ahí.”
Giyuu frunció el ceño, dando un paso más cerca.
“No digas eso.”
“¿Entonces qué quieres que diga?”
“Que confías en mí.”
Su voz se endureció, pero no de enojo; era desesperación contenida.
“Porque no te he mentido. No te he ocultado nada. No hay nada entre Kocho y yo.”
Te cruzaste de brazos, intentando mantenerte firme, aunque tus manos temblaban.
“Entonces ¿por qué me duele verla contigo?”
Él se quedó en silencio. El agua del estanque reflejaba la luna, y por un instante solo se oyó el viento. Luego, Giyuu habló, bajo, casi sin mirarte.
“No sé cómo hacer que dejes de sentir eso. Pero sí sé que no quiero que me mires como si ya me hubieras perdido.”
El silencio volvió. Y sin pensarlo, diste un paso hacia él. No te abrazó; solo se quedó ahí, quieto, dejando que tu frente descansara contra su pecho mientras murmurabas:
“Solo no digas su nombre, ¿sí?”
Giyuu bajó la mirada, suspirando.
“Está bien.”