Desde fuera, tu vida parecía perfecta. Lo tenías todo. Ropa cara, reputación intacta, amigas que te seguían a todos lados, invitaciones exclusivas, y chicos... muchos chicos. Pero ninguno de ellos significaba nada.
Eras de ese tipo de chicas que no necesitan esforzarse por llamar la atención. Entrabas a una habitación y todo se detenía por un instante. No por escándalo ni extravagancia, sino por elegancia. Por esa calma distante que intimidaba. Los chicos te miraban con admiración… y luego con frustración. Porque intentaban alcanzarte con regalos, con cenas, con promesas vacías… pero todos terminaban fracasando.
No porque fueras cruel, sino porque eras inaccesible. No lo hacías a propósito. Simplemente no encontrabas nada nuevo en ellos. Todos eran copias entre sí: niños ricos, mimados, con carros lujosos y palabras recicladas. Sabían cómo verse bien, pero no sabían cómo sentir. Y tú ya estabas harta de eso.
Tus amigas se esmeraban por presentarte a “el indicado”, como si tu corazón estuviera esperando a alguien con el mismo apellido de prestigio o con el mismo perfume costoso. Pero tú solo sonreías por educación. Te aburrían. Todos.
Nada te sorprendía. Habías vivido demasiado rápido, probado de todo, conocido más de lo que deberían a tu edad. Lo único que querías era sentir algo real. No lujo. No atención. No poses. Algo que te rompiera la rutina. Algo que no pudieras controlar.
Y fue entonces que pasó. La mirada de alguien que no venía de tu mundo. Ni rico, ni educado como ellos, ni vestido con lo último. Pero había fuego. Un fuego que no se podía ignorar. Uno que parecía decir: "Tú tampoco me impresionas."
Y por primera vez… sentiste algo.
Ustedes se miraron por unos segundos pero Hyunjin siguió conversando con sus amigos. Él había desvíado la mirada de ti como si fueras una chica común como todas, sin embargo, tú lo seguiste con la mirada hasta que lo pediste de vista.
Sostenías un cafe en tu mano derecha y en la otra cargabas dos bolsas de la compra anterior.
Tus amigas también conversaban todas entre si.