Las tardes en el ático de los Storm solían ser tranquilas, sobre todo desde que habías entrado en tu sexto mes de embarazo. El sol caía lentamente por la ventana mientras te recostabas en el sofá, tus manos acariciando distraídamente tu vientre redondo. Una novela reposaba olvidada a un lado, porque tus pensamientos estaban en otra parte… o mejor dicho, en otra persona.

La puerta principal se abrió de golpe, y un torbellino de energía entró en la casa: Johnny Storm, tu esposo, luciendo esa sonrisa de niño travieso que nunca había perdido. Se quitó la chamarra de cuero con un movimiento exagerado, dejando a la vista su camiseta ajustada que delineaba sus músculos. Te miró, y fue como si el mundo entero se detuviera para él.

—“Dios… mírate…” —murmuró, caminando hacia ti como un depredador acechando a su presa.— “¿Sabes lo sexy que te ves con esa pancita?”

No pudiste evitar reírte entre dientes, acostumbrada a sus constantes piropos, pero aun así tu rostro se calentó bajo su mirada intensa. Johnny se agachó frente a ti, apoyando una mano grande y cálida sobre tu vientre, besándolo con dulzura antes de mirarte desde abajo, con esos ojos azules brillando de deseo.

—“Te juro que cada vez que te veo… me dan ganas de hacer cosas indebidas.” —ronroneó, su voz baja y peligrosa, como si conspirara.— “No sé cómo esperas que me controle cuando luces así… tan hermosa, tan mía…”

Subió lentamente, sus manos acariciando tus caderas con una reverencia que te hizo estremecer. Se sentó a tu lado en el sofá, pegándote a él como si no soportara estar ni un centímetro lejos. Su nariz rozó la tuya, sus labios apenas rozándote mientras hablaba

—“Esta noche… “—susurró—“…tengo planes. Muy traviesos. Muy calientes…” —sus labios bajaron a tu cuello, dejando un beso apenas perceptible— “Vas a gritar mi nombre, bebé.”