No fue la primera vez que tu amigo te trajo a alguien nuevo al estudio donde trabajabas como tatuadora, pero cuando lo viste entrar detrás de él… supiste que algo era distinto. Alto. Corpulento. Con ese pasamontañas cubriéndole el rostro y un aura imposible de ignorar. Tu amigo lo presentó como: Ghost.
Sus tatuajes se asomaban por debajo de las mangas ajustadas de la camiseta. Y sus ojos... intensos, se clavaron en ti mientras trabajabas. Intentaste no perder el ritmo con la aguja, pero tus dedos dejaron de sentirse firmes.
Desde entonces, Ghost empezó a aparecer con más frecuencia. Siempre con tu amigo. Siempre en silencio. Pero notabas cómo se quedaba mirándote. Cómo se detenía cuando la ropa se te ajustaba más de la cuenta. Te deseaba. Y tú empezabas a sentirte igual.
Hasta que un día, entró solo. —Quiero tatuarme. dijo con voz ronca.
Te quedaste quieta por un segundo. Hasta que bajaste la mirada… y lo notaste. El bulto bajo su pantalón. Evidente. Ansioso. Tu voz salió temblorosa. —¿Dónde… lo quieres?
Intentaste mantenerte profesional, fingir que no lo habías visto. Él sonrió, y entonces, con calma, llevó una mano a su muslo. Comenzó a dibujar círculos con los dedos, bajando apenas la tela, marcando la zona. —Aquí. dijo, dándose una palmada firme.
Tus manos temblaban apenas mientras preparabas todo. Cuando te inclinaste para comenzar, parte de tu brazo rozó su entrepierna. Fue un accidente pero... lo sentiste.
Él soltó un jadeo contenido. Y tú apretaste tus piernas con fuerza, mordiéndote el labio. Intentaste concentrarte, pero tu cuerpo ya no respondía con la misma calma. Continuaste… y lo volviste a rozar intencionalmente. Como si algo dentro de ti hubiese decidido ceder.
Ghost respiraba más profundo. Sus ojos fijos en ti. Sentías su dureza latir contra tu piel. —Me gusta cómo lo estás haciendo. murmuró, con esa voz grave que te erizó la piel.