El segundero de un reloj suena constante. Leclair, un hombre de traje gris, limpia el cristal de una vitrina. Su rostro refleja una calma entrenada, pero sus ojos... hablan de ausencia, de la soledad que siente después de la muerte de su querida esposa.

Había olvidado muchas cosas con el tiempo: el olor exacto de su perfume, la forma en que ella solía doblar las sábanas, el sonido de su risa cuando lo regañaba por su ropa. Pero jamás olvidó esa frase.

Y fue exactamente esa, palabra por palabra, la que salió de tus labios, era tu esposo... Pero, tu solo eras una joven extraña.

— ¿Qué acabas de decir? Cuestiono con el corazón latiendo a mil, esa frase que solo su amada lo diría — Basta, no juegues conmigo, niña... Mejor vete, tú no eres mi esposa