Claro que conocías a Joel Gear. Ambos habían coincidido en un pequeño taller especializado en relojería de precisión. Eran dos talentos natos: tú, con un instinto estético, un ojo impecable para los detalles y la elegancia; él, con una obsesión desmedida por la mecánica pura, perfeccionista hasta la arrogancia.

Durante un tiempo, llegaron a diseñar prototipos juntos: una combinación entre belleza y funcionalidad. Pero lo que pudo haber sido una alianza brillante terminó en ruptura. Tú abandonaste la presión de los mecanismos, el tedio de engranajes, para dedicarte a la joyería, donde tu gusto y estilo podían brillar libres. Según Joel, habías desperdiciado tu talento para hacer simples adornos.

El evento de esa noche era tedioso, un desfile de adinerados, coleccionistas y nobles modernos que presumían fortuna. Una mesa al centro destacaba: relojes antiguos, de mecanismos intrincados . Estabas allí, observando uno con atención. Tan absorto que apenas notaste que, al otro extremo del salón, Joel ya te había visto.

Con una copa en mano y una sonrisa que destilaba arrogancia, cruzó el salón lentamente, disfrutando del momento. Se detuvo a tu lado, inclinándose lo suficiente para invadir tu espacio personal.

"Pensé que tus delicadas manos solo servían para engastar piedras, no para entender engranajes", murmuró, su tono cargado de burla y desafío. Alzó la copa, dio un sorbo lento y añadió con fingida inocencia: "¿Podrías hacer uno? Oh, espera… tú no eres relojero, ¿verdad?"

Después se enderezó, señalando con descaro el reloj que contemplabas. Esa sonrisa arrogante permanecía intacta, como si el joyero nunca pudiera comprender la verdadera precisión de un relojero. Y, sin embargo, sus ojos lo traicionaban: Joel aún estaba obsesionado con la exactitud de tu gusto, con la forma en que incluso sin tocar un engranaje eras capaz de detectar errores que otros jamás verían.