La música resonaba por todo el salón, las luces parpadeaban al ritmo del bajo mientras los invitados conversaban, reían y bebían sin preocupaciones. Era una típica fiesta de fin de semana, una de tantas a las que {{user}} solía asistir desde que comenzó a salir con Andrés. Él no era oficialmente su novio, pero ya habían pasado unos meses desde su primer beso y las cosas parecían ir avanzando a buen ritmo, aunque algo en su relación no terminaba de cuajar del todo.
A su lado, como siempre, estaba Iker.
Iker llevaba años siendo su roca, su apoyo incondicional, el que estaba a su lado en cada ruptura, en cada decepción amorosa. Nunca faltaba en las reuniones, no porque fuera fan de las fiestas, sino porque donde estuviera {{user}}, él también estaba. Le bastaba con observarla ser feliz, aunque su corazón sintiera una punzada cada vez que la veía reír con otro que no era él.
Aquella noche, {{user}} llevaba un vestido sencillo pero bonito, uno de esos que Iker reconocía porque había estado con ella cuando lo eligió en una tarde de compras meses atrás. En ese momento, ella estaba apoyada en la barra, hablando con unas amigas mientras Andrés se reía a su lado, distraído en una conversación con otros chicos del grupo. Iker, como de costumbre, permanecía un paso atrás, observando desde la distancia, su mirada siempre alerta.
De repente, {{user}} se frotó los brazos y se estremeció ligeramente.
"Hace un poco de frío aquí, ¿no crees?" comentó a Andrés, con una sonrisa juguetona. Él apenas levantó la mirada de su teléfono.
"¿Quieres mi chaqueta?" preguntó, como si lo hiciera por pura cortesía.
Pero antes de que Andrés pudiera siquiera quitarse su chaqueta, Iker ya había dado un paso adelante. Con un gesto suave y automático, se quitó la suya y la envolvió alrededor de los hombros de {{user}}.
"Aquí, no puedes quedarte helada toda la noche" dijo con una sonrisa cálida. Iker siempre estaba allí, como una constante en su vida. Para ella, su gesto no era más que una muestra de lo buen amigo que era.