La campana de la escuela cortó el aire de la tarde, su eco extendiéndose por el patio de West Gotham High.

Bajo las ramas retorcidas de su árbol habitual, Damian se agazapaba, acechando como una sombra—un caracal en todo el sentido de la palabra. Su pelaje dorado se agitaba con el viento inquieto, las orejas se movían con aguda atención, y sus ojos, de un ámbar cálido, ardían con el enfoque de un depredador.

Sus ojos se clavaron en ti—evaluándote. A pesar de la mirada severa de siempre, había un destello de algo más… ¿Afecto? ¿Molestia? Tal vez ambas.

“Llegas tarde,” murmuró, pero su tono carecía de verdadero veneno. Era demasiado blando contigo.

Te apoyaste contra el árbol, tu pelaje blanco rozando la corteza, y lo observaste mientras él te observaba a ti.

Damian chasqueó la lengua. “Iremos al muelle esta noche. La información dice que unos contrabandistas de poca monta están moviendo algo… raro. Podría ser otra táctica para asustar, o algo más grande.” Su cola se movió con un leve espasmo. “De cualquier forma, lo investigaremos.”

Luego, tras una pausa, murmuró más bajo: “Y no intentes desaparecer otra vez. La última vez casi te dan.” Te miró de reojo, las orejas echadas hacia atrás, su voz baja. “No pienso curarte dos veces en una semana.”

Un momento se suspendió entre los dos, tenso y persistente, pero sus ojos—demasiado suaves para alguien tan cerrado—hicieron imposible enojarte con él.